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Golpe de Timón.






Esta impactante crisis nos dejará cosas negativas y otras positivas. Dentro de éstas, en materia personal, posiblemente todos hemos apreciado más situaciones que tenemos algo mecanizadas o que no valoramos continuamente, como es dar un buen abrazo, juntarse con amigos, ver a la familia reunida o poder salir a la naturaleza. Ha sido absolutamente secundario en esta época tener dinero, el auto cero kilómetros, tener muchas propiedades, comprarse ropa, entre otros. Lo que continúa siendo común es el sentimiento de vulnerabilidad de poder contraer la enfermedad y de estar entregados a las consecuencias. Aquello ha hecho nacer la compasión, dado que nos genera empatía para comprender lo que está pasando el otro, pero a la vez, conlleva a que realicemos u omitamos ciertos actos, para evitar contagiarse y contagiar a otros.


Las empresas también deberán autoanalizarse para hacer los ajustes que se necesitan ahora y que se requerirán a futuro en su relacionamiento con sus trabajadores. No hay que olvidar que el estallido social está fresco y también plasmó las pretensiones del ciudadano común al respecto. Lo anterior no porque se consideren malos empleadores ni muchos menos, sino porque llegó el momento de posicionar a las empresas como verdaderos movilizadores sociales, debiendo cumplir un rol más preponderante en el avance de la sociedad y no solo con el valioso aporte de los sueldos, sino que se deberá correr el cerco más allá y salir de la caja, para posicionarse en otro estatus. Será fundamental modificar el paradigma que la relación con el trabajador es hacia adentro de la empresa y que no hay que inmiscuirse en lo que haga en su vida privada, ya que no solo le afecta directamente el bolsillo lo que ese trabajador haga en ese ámbito, sino que su nuevo rol se lo exigirá. No hablamos de paternalismo, ya que la invitación no es a pasarle un pescado, sino que enseñarle a pescar.


Lo seguro serán los frutos que esto permitirá cosechar en el corto, mediano y largo plazo.

En el futuro no estará permitido seguir haciéndose los ciegos ante los problemas que tiene la sociedad. Muchas de las malas decisiones que toman los trabajadores en su vida privada, lo hacen por desconocimiento o mala información. Nadie podría creer, por ejemplo, que los niveles de sobreendeudamiento en Chile han llegado a donde están solo por determinado modelo económico y porque éste les entregó libertad como consumidores, o bien, porque fueron “engañados” por una sed de consumo producto de la publicidad o debido a que le entregaron acceso fácil a crédito. La comparación social tampoco es la responsable. Todo ha influido evidentemente, pero lo más sensato es pensar que fue porque simplemente no entendieron lo que estaban contratando, cuánto pagarían y las consecuencias que conllevaría en su vida. Simplemente se quedan con el valor inmediato de tener determinada cosa y ese pensamiento nubla la razón de lo que conllevará en el futuro su compra. Ese racionamiento está muy ligado a la falta de educación, y en extremo, falta de los conocimientos más básicos para lograr entender, incluso, una explicación. La vergüenza de mostrarse como ignorantes sobre un tema hace el resto.