Este año ha sido un año difícil, que duda cabe.
Al estallido social ocurrido a fines del año anterior, se ha sumado una pandemia con consecuencias económicas muy relevantes para muchos sectores de nuestra actividad económica, así como para el bienestar de muchos hogares de nuestro país.
Nuestra preocupación debe estar centrada en los hogares; que en Chile ascienden conforme las cifras del censo del año 2017, a unos 3,1 miembros por hogar; porque si bien los trabajadores de nuestras empresas clientes han logrado mantener sus ingresos y fuente laboral, probablemente algún miembro de su núcleo familiar extendido lo ha perdido, ha debido cerrar su negocio, o ha sufrido una merma muy relevante; situación que puede mantenerse por un plazo prolongado.
Y es desde esta perspectiva que cualquier programa hacia trabajadores debe ser pensado, habilitado y medido. En otras palabras, muchos trabajadores actualmente enfrentan la responsabilidad de toda la canasta de gastos del hogar, elevando ostensiblemente sus niveles de ansiedad e intranquilidad; situación que sin duda, repercutirá en su salud personal y laboral.
Si antes de estos fenómenos, algunas empresas se preguntaban porque deberían adoptar un programa de bienestar financiero para sus trabajadores, la pregunta ahora cobra mucho mayor sentido: ¿porqué deberían habilitar un programa de bienestar financiero para sus trabajadores y sus familias?
Una respuesta plausible: porque la responsabilidad social empresarial nos convoca hoy más que nunca; con el objeto de conciliar un alcance que excede con creces los límites de los muros y antiguas fronteras; esas fronteras que ya se extendieron funcionalmente hacia los hogares bajo la mecánica del teletrabajo.
De esta forma, la inversión en un programa de bienestar para trabajadores bajo nuestra situación actual amplifica notoriamente su alcance; y su rentabilidad social se eleva notablemente.
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