Las empresas deben ser espacios donde los empleados puedan encontrar sentido positivo a la vida profesional: sin sentido, la rutina se apodera de todo.
Los profesionales necesitan una retribución acorde a lo que aportan. Los empresarios necesitan que sus empresas ganen dinero si no quieren tener que cerrar. Hasta aquà hemos descubierto el Mediterráneo. Pero lo que observo es que hay gente que en un momento determinado de su vida profesional o empresarial hace clic. Cambia de pantalla.
Su perspectiva profesional o empresarial cambia.
Sin heroicidades, las cosas que van más allá de uno mismo empiezan a pesar más. La forma de tomar las decisiones cambia. Los propósitos y los legados van tomando relevancia. Si el propósito y el legado son importantes, la relación con los demás cambia, también el nivel de exigencia. Se multiplica para con uno mismo y para con los demás. La falta de autenticidad se hace cada vez más insoportable. Los mezquinos parecen más mezquinos. No se trata de ninguna conversión a una nueva fe. Se trata de dar sentido a la propia trayectoria. Uno tiene que ganarse la vida. Pero es mejor ganarse la vida con sentido.
Y normalmente el sentido tiene que ver con algo más trascendente que deslomarse para hacer rico a alguien. Normalmente, uno encuentra sentido a las cosas cuando asoma la alteridad, la belleza o la excelencia.
Es cierto que hay gente que nunca cambia de pantalla. Es respetable la gente que quiere establecer una relación puramente instrumental con las empresas para las que trabaja. Hay muchos trabajos que no permiten demasiada poesÃa corporativa. Lo reconozco. Pero también es respetable la gente que quiere positivizar su vida profesional.
La gente que quiere encontrar un sentido a dedicar muchas horas a un proyecto. Y si hay gente que son calculadoras andantes de su tiempo profesional más que de sus aportaciones de valor, también hay gente que lo que quiere es una vida profesional en la que el valor que aporta, los esfuerzos que realiza tengan un sentido. Y es obvio que todo debe tener equilibrio en el plano retributivo o de los beneficios. Es obvio. Pero hay gente que es capaz de transcender y encontrar un sentido y gente que no es capaz. Gente con sentido, más que gente consentida.
Una empresa consistente es aquella en la que los que quieren pueden encontrar sentido a su trabajo y desplegarlo. Todo esto, sin olvidar que una empresa es un territorio de tensión en el que los clientes son un desafÃo cotidiano, y los mercados, un espejo de la competencia que acecha. Desarrollarse profesionalmente es encontrar sentido personal a lo que se hace colectivamente.
Es aprender y operativizar lo aprendido. Es poder influir en las decisiones colectivas de nuestro equipo o de nuestra empresa. Sentido, aprendizaje, influencia. (Hablo más de influir que de mandar, porque influir supone un nivel superior. Por eso el liderazgo es una dimensión superior a la de tener un cargo.)
Una empresa es un proyecto nacido de unos fundadores que un dÃa deben entender que aquello ya no es el patio de su casa. Que ha devenido una comunidad de personas que transitan entre un propósito y un legado y que en el camino deben ganar dinero. Consolidar una empresa es consolidar una comunidad en la que la gente puede encontrar sentido a lo que hace y aprender e influir. Una vez más pienso en Olivetti, que además le añadÃa la belleza. No hay estadio superior para el fundador de una empresa que el que la gente encuentre sentido en ella. Que lo encuentren los clientes, que lo encuentren los trabajadores y que la sociedad lo perciba como algo positivo.
Una empresa consistente es un proyecto compartido, aunque haya una propiedad y unas reglas de poder detrás. Y este proyecto debe ser coherente, debe estar impregnado de sentido común, debe permitir a la gente escribir su propio nombre en el proyecto. Y es obvio que esto requiere generosidad. Pero ¿es que hay algo serio en la vida que no comporte generosidad? Mantener una empresa en pie es muy difÃcil. Mucho. Por eso admiro a las empresas que lo hacen de un modo en el que se preocupan de que la gente pueda definir el sentido de lo que aporta. Crecer con sentido, como empresas y como personas.
Y por eso mismo hay cosas que no entiendo. No ignoro las razones financieras. Pero me cuesta entender que algunas empresas, cuando la gente tiene esa edad de hacer el clic, de transcender su interés, de aportar una mirada más sabia que experta, las prejubilen por edadismo. Las organizaciones necesitan de todo, gente que empiece con mucha hambre y ganas de prosperar personalmente y gente que puede aportar otras miradas y ponga otro calibre a los compromisos. Las empresas necesitan excels de buen ver y necesitan gente que aporte sentido a las cosas, más allá de que una operación pueda salir bien o mal, o más allá de un año que será mejor o peor. Las empresas son algo más que un negocio, por eso deben saber combinar resultados y sentido.
Equipo. "Me cuesta entender que las empresas prejubilen a gente que quiere trascender y aportar una mirada sabia."
Prefiero a los que saben que hay que dar resultados, pero trascienden el resultadismo. Prefiero a los que piensan en legado y no solamente en el bonus. Prefiero a los que apuestan por el equilibrio entre lo que aportan y lo que reciben. Y prefiero a los empresarios que saben ser generosos en medio de la tensión permanente por la sostenibilidad. Hay que crear espacios donde la gente pueda trabajar con sentido. Las agendas no pueden rebosar solamente de reuniones, tienen que estar impregnadas de sentido.
Las empresas deben ser espacios donde encontrar sentido positivo a la vida profesional sea posible. Y los profesionales deben aprender a encontrar sentido por ellos mismos. Son adultos. El sentido de las cosas siempre tiene un matiz personal. Uno descubre su propio sentido en un contexto de propósito compartido. Sin sentido, la rutina se apodera de todo. Sin sentido, la burocracia sustituye a la generosidad. Sin sentido, los jefes ensombrecen a los lÃderes. Sin sentido, el futuro es insÃpido. Sin sentido, el despertador chirrÃa cada mañana y las horas pesan como las losas de una condena.
Fuente: La Vanguardia, Xavier Marcet.
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